
¿En que andamos los jóvenes de hoy? ¿Qué percepción tienen nuestros mayores de las nuevas generaciones? ¿Cuál será nuestro legado para quienes vienen detrás de nosotros? ¿Seremos acaso una generación perdida, domesticada y alienada? Cada nueva generación tiene una responsabilidad histórica ¿Cuál será la nuestra? Este articulo lo escribo pensando especialmente en aquellos que nacimos en las postrimerías de los años 70s y en los albores de los 80s, es decir, para los que hoy merodeamos por los 23 y 32 años y nos tocó vivir en el país del sagrado corazón, en una época marcada por la degradación de un longevo conflicto, que sin quererlo, hemos tenido que heredar.
Haciendo una comparación con los jóvenes de antaño, encuentra uno que a pesar de los avances tecnológicos y de la posibilidad de acceder al conocimiento; los jóvenes de hoy somos más perezosos, leemos menos, pocos nos esforzamos por conocer nuestra historia, y es común dar con personajes contagiados de “importaculismo”.
“Nunca como en la actualidad hemos experimentado tanta pobreza intelectual”. Así lo escribe en uno de sus libros mi maestro de universidad (Luis Roberto) Los jóvenes de hoy andamos pensando en “los huevos del gallo” mostrando poco o ningún interés en la construcción de un mejor país; una política más transparente, sin tanto “ladrón de cuello blanco”; sin fuerzas oscuras que con la ayuda de inescrupulosos y corruptos políticos se tomaron el poder publico y ahora posan como “santos inocentes” y perseguidos. De modo que para eliminar de la escena a estos inmundos personajes, los jóvenes de hoy debemos leer más, atrevernos a escribir, a expresar abiertamente nuestro punto de vista, a formar grupos de debate, a pensar en las cosas del país, a ser mas veedores, a cuidar lo publico, a fiscalizar, etc.
Pero ¿Qué tan lejos estamos de ser una generación con postura, con sentido critico? Nuestros mayores tienen su opinión dividida frente a los jóvenes de hoy. Unos nos ven como la esperanza, como la generación que por fin va a encaminar al país por la senda del desarrollo y la justicia social, a pesar del funesto legado de odio y violencia que nos han dejado. Otros, -parafraseando a mi maestro- piensan que los jóvenes no cultivamos el cerebro, que estamos confundidos, que nuestras angustias las resolvemos en el vicio: alcohol, drogas, sexo… Que nada sabemos de cómo marcha la economía del país, mucho menos del país en el que vivimos. Y del mundo globalizado: ¡Qué vamos a saber! ¡Pero si estamos en la universidad!!! ¡Pero si somos profesionales!!!
Tampoco hay que ser injustos. Esta generación tiene de todo; exponentes muy brillantes, pilos, comprometidos, que en verdad están trabajando anónimamente por su país. Sin embargo, carecemos de identidad, estamos polarizados, no nos ponemos de acuerdo a la hora de definir cuales son los principales problemas del país, ni mucho menos cual debería ser nuestro rol en la solución de los mismos. Lejos estamos de aquella generación de la Séptima Papeleta, quienes nos dejaron el legado de una nueva Constitución, liberal y progresista. Nosotros, si no hacemos algo, le vamos a dejar a nuestros sucesores un Estado capturado por la mafia, con gobernantes demagogos, corruptos, clientelistas, populistas, con vocación de perpetuidad en el poder, que cambian las reglas del juego democrático a su antojo y que haciendo uso de las mas finas estrategias propagandísticas se hace al favor de un amplio sector de la sociedad que no se alarma ante la inminente concentración del poder.
Personalmente, me resisto a creer que vayamos a ser una generación perdida. Hoy más que nunca, Colombia requiere una juventud comprometida, pensante, combativa en las ideas, en los argumentos, libre de dogmatismos ideológicos; vacunados contra males como la ignorancia, el pensamiento único, la alineación y el fervor por un gobernante.
Esta generación puede ser entonces la de los emprendedores sociales y empresariales. La de aquellos que promovieron el trabajo solidario y cooperativo por encima de la competencia; la de los generadores de empleo y bienestar; la que con valentía y decisión sacó de la escena política a los corruptos, ladrones, picaros y vividores que se tomaron la administración del Estado.
Esto es, pues, lo que piensa un miembro más de esta generación, convencido de la importancia de la palabra escrita y del positivo efecto que la misma puede tener en las mentes de quienes invierten parte de su tiempo en la lectura de estas humildes reflexiones.
Haciendo una comparación con los jóvenes de antaño, encuentra uno que a pesar de los avances tecnológicos y de la posibilidad de acceder al conocimiento; los jóvenes de hoy somos más perezosos, leemos menos, pocos nos esforzamos por conocer nuestra historia, y es común dar con personajes contagiados de “importaculismo”.
“Nunca como en la actualidad hemos experimentado tanta pobreza intelectual”. Así lo escribe en uno de sus libros mi maestro de universidad (Luis Roberto) Los jóvenes de hoy andamos pensando en “los huevos del gallo” mostrando poco o ningún interés en la construcción de un mejor país; una política más transparente, sin tanto “ladrón de cuello blanco”; sin fuerzas oscuras que con la ayuda de inescrupulosos y corruptos políticos se tomaron el poder publico y ahora posan como “santos inocentes” y perseguidos. De modo que para eliminar de la escena a estos inmundos personajes, los jóvenes de hoy debemos leer más, atrevernos a escribir, a expresar abiertamente nuestro punto de vista, a formar grupos de debate, a pensar en las cosas del país, a ser mas veedores, a cuidar lo publico, a fiscalizar, etc.
Pero ¿Qué tan lejos estamos de ser una generación con postura, con sentido critico? Nuestros mayores tienen su opinión dividida frente a los jóvenes de hoy. Unos nos ven como la esperanza, como la generación que por fin va a encaminar al país por la senda del desarrollo y la justicia social, a pesar del funesto legado de odio y violencia que nos han dejado. Otros, -parafraseando a mi maestro- piensan que los jóvenes no cultivamos el cerebro, que estamos confundidos, que nuestras angustias las resolvemos en el vicio: alcohol, drogas, sexo… Que nada sabemos de cómo marcha la economía del país, mucho menos del país en el que vivimos. Y del mundo globalizado: ¡Qué vamos a saber! ¡Pero si estamos en la universidad!!! ¡Pero si somos profesionales!!!
Tampoco hay que ser injustos. Esta generación tiene de todo; exponentes muy brillantes, pilos, comprometidos, que en verdad están trabajando anónimamente por su país. Sin embargo, carecemos de identidad, estamos polarizados, no nos ponemos de acuerdo a la hora de definir cuales son los principales problemas del país, ni mucho menos cual debería ser nuestro rol en la solución de los mismos. Lejos estamos de aquella generación de la Séptima Papeleta, quienes nos dejaron el legado de una nueva Constitución, liberal y progresista. Nosotros, si no hacemos algo, le vamos a dejar a nuestros sucesores un Estado capturado por la mafia, con gobernantes demagogos, corruptos, clientelistas, populistas, con vocación de perpetuidad en el poder, que cambian las reglas del juego democrático a su antojo y que haciendo uso de las mas finas estrategias propagandísticas se hace al favor de un amplio sector de la sociedad que no se alarma ante la inminente concentración del poder.
Personalmente, me resisto a creer que vayamos a ser una generación perdida. Hoy más que nunca, Colombia requiere una juventud comprometida, pensante, combativa en las ideas, en los argumentos, libre de dogmatismos ideológicos; vacunados contra males como la ignorancia, el pensamiento único, la alineación y el fervor por un gobernante.
Esta generación puede ser entonces la de los emprendedores sociales y empresariales. La de aquellos que promovieron el trabajo solidario y cooperativo por encima de la competencia; la de los generadores de empleo y bienestar; la que con valentía y decisión sacó de la escena política a los corruptos, ladrones, picaros y vividores que se tomaron la administración del Estado.
Esto es, pues, lo que piensa un miembro más de esta generación, convencido de la importancia de la palabra escrita y del positivo efecto que la misma puede tener en las mentes de quienes invierten parte de su tiempo en la lectura de estas humildes reflexiones.