La historia del hombre es una historia de conspiraciones y ha estado plagada de conspiretas desde el mismo génesis de la humanidad. Dirían los creyentes que Eva conspiró con Belcebú para enredar al pobre Adán, en el antiguo Egipto abundan los ejemplos y ni que decir del gran imperio romano, cuya más célebre conspiración fue la que se fraguó contra Julio Cesar.
Y en esta tierrita, consagrada al corazón de Jesús, “Chibchombia” para los jocosos, “Locombia” para los sensatos, y Colombia para el mundo, se han producido celebres conspiraciones. De hecho, por estos lares los conspiretas se cuentan a granel y en todas las áreas, pero especialmente en el camaleónico oficio de la política, en el que sobresalen por su astucia los más avezados personajes, que bien podrían ser los protagonistas de la tragicomedia colombiana.
Dichos especimenes se han caracterizado por su pertenencia a las altas esferas del poder y por su deslumbrante capacidad para camuflar sus intenciones, cambiando de bando según el rumbo que vaya tomando la marea de la política. Estos personajillos son capaces de defender con vehemencia postulados que con los años incluso llegan a olvidar, siendo ésta una de sus más notables características, —su “incapacidad” para recordar— , es decir, suelen padecer de un precoz alzheimer, que de la mano del más descarado cinismo los lleva a trasegar por la vida como si los demás mortales olvidaran sus andanzas.
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*Articulo publicado en la revista universitaria EL CLAVO
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